Segundo Premio del VII Certamen Literario Parkinson León
EVA MARÍA RIBER HERRÁEZ  «Tú no diriges mi vida»

Fue todo muy rápido. No tuve tiempo de prepararme. No me avisaste y te colaste en mi historia.

Sabía que estabas enfadado conmigo porque no quise presentarte a mi familia. Cuando aparecías intentaba esconderte para que nadie pudiera descubrirte. Ese fue el error más grave que cometí en aquel momento.

Mi carácter comenzó a cambiar. Mis hijos y mi mujer ya no me reconocían y se sentían apenados. Me tenías atrapado. Al llegar del trabajo me pasaba horas sin salir de la habitación. Eso te gustaba, ¿verdad? Allí nadie podría descubrirte y poco a poco me ibas absorbiendo.

Deje mis paseos por la alameda. Abandoné la bicicleta. Me separé de la familia. Tú y la soledad de las cuatro paredes del dormitorio era todo lo que me quedaba.

Fue una mañana muy temprano, apenas tenía fuerza para levantarme. Mi encierro te estaba dando resultado y cada vez me dominabas más.

Un pequeño papel en el que mi hija pequeña había escrito, apareció por debajo de la puerta.

-«Papi, siento las veces que te he hecho enfadar. Perdóname. Te prometo que voy a portarme mucho mejor. Pero, por favor, vuelve a ser mi papá. Te quiero mucho. Besitos de Rocío»

Tuvo que ser un papelillo arrugado y las palabras de la pequeña Rocío las que me hicieron despertar.

No iba a ser fácil. Sentía mucho miedo. Pero ya había tomado la decisión. O te venías conmigo fuera de esas cuatro paredes o te quedabas allí encerrado.

Y todo cambió. Todos comenzaron a conocerte y te aceptaron. Ahora dirigía yo mi vida junto a mi familia. Tú solo me acompañabas.

Y volvieron los largos paseos por la alameda junto a mi esposa. La bicicleta nos regaló nuevamente el encuentro de los fines de semana con los amigos. Pero, sobre todo, volví a ser el papá que la pequeña Rocío y sus hermanos necesitaban.

Sabía que tú nunca me dejarías libre. Pero también sabía que no te iba a dejar que me bloqueases. Todo lo negativo que me ofrecías debía transformarlo en oportunidades que me hicieran feliz. Entonces me sentí mucho más fuerte y repleto de energía. Ya no sentía miedo. No te escondía. Había perdido un tiempo precioso y esto no iba a dejar que volviese a ocurrir.

Aprendí a decir tu nombre sin miedo. Yo no era tu víctima.

Aquella mañana muy temprano elegí vivir y ser feliz junto a mi familia.

¡Buenas noches Párkinson!