Autora: M. Victoria Enguídanos Moreno

Despacito, poco a poco sus párpados despiertan. Veteranos ligamentos, junturas de huesos dolientes, tiran de un armazón ajado que se impulsa hacia la luz. Sentado ya en el borde de la cama, recupera el aliento. Mirada baja, sumergido en su mundo, los demás están lejos, su objetivo delante, a una distancia corta pero infinita para él: Ese pie al que ponerle un calcetín: Mirada fija, concentración esotérica, rabia animal y… ¡Sí!, ¡Conseguido! Otro día de triunfo. Otro día de gloria. Está vivo, está en pie y desafía al viento. Despacito camina., escucho el arrastre de las viejas zapatillas. Por el pasillo aparece como gladiador invicto; erguido, engallado y vanidoso. Pero, poco a poco, despacito, va perdiendo el combate. Mi padre, que era un torreón inexpugnable, se va encorvando, se va venciendo, como si la tierra le llamara a cada paso. La jubilación, ese anhelado capítulo de libertad, se llenó de sombras titilantes cuando la enfermedad te cazó en un terminal cepo. Tantos surcos araste, tantos escombros cargaste, tantas carreras detrás del balón…tantos bailes, tantos solares conquistados, tantas brazadas en tu mar… y ahora, esa mano encubierta que sujetas con disimulo, pronto te traicionará; Su temblor delatará, lo que avanza sin remedio. Pero agarrarás el salero y cueste la eternidad, conseguirás echar la sal que le falta a la patata y que mi madre te niega. La mamá, esa sirvienta sin nómina, hada de lo invisible, guisa patatas blandas para el letargo de tu garganta. La gente te mira con ojos taimados, los vecinos preguntan misericordes y yo contesto: Bien… despacito…Por las noches tus alaridos despiertan a las estrellas; fármacos que fabrican susurros de tinieblas. Papá, cada vez que te miro estás quieto. Eso parece, pero no es así; Te encuentras siempre en algún fotograma de una película ralentizada. Entre la sed y el agua, hay para ti, una intangible batalla. Con tu mano en mi hombro, vamos al médico. Nunca estuvimos más cerca. Desde aquel instante en que tus dedos temblones detuvieron mi calma, hasta el cónclave de neurólogos perplejos ante tus feroces intentos de demostrar, que tú no tenías Parkinson, que es que no te operaron bien de las rodillas, y que por eso caminas despacio…y si te doblas es porque las piernas te pesan mucho, ¡Como losas!, les porfías. Pero ellos ya han emitido su veredicto, y tras las palmadas y las sonrisas, han cerrado la puerta de tu esperanza. No hay ya más pruebas que hacerte, aunque tú te resistas y con indulgencia murmulles, que es que no se enteran de nada. Nos vamos. Tras tus gafas solares de mafioso, observas por la ventanilla del coche, los vastos campos donde llenabas tu saco de tesoros, antes de que, sin avisar, llegara esta estafa. Ayer te trajo la Guardia Civil. Te encontraron tirado en un solar con la bicicleta encima. Una vez te la escondí y me llamaste ladrona. Enseguida te la devolví; Tu furia me enseñó que no tengo derecho a elegir por ti. Y tú elegiste seguir pedaleando. Seguir yendo, a por caracoles para los anzuelos que ya no puedes hacer, a recoger las naranjas que se han dejado en el huerto, al monte a por la leña que no encenderás, a la gimnasia de las abuelas y a tus rocas a pescar. Un policía te ha multado. Un verraco de dos metros que bramaba las normas del coto privado de pesca. Hay que tener poca poesía en el cuerpo para echar a un trémulo anciano de su último paraíso. En la playa, las olas te vencen y bambolean como a una inmensa morsa flotante. Los bañistas acuden a socorrerte y tú los espantas manoteando. ¡Que te dejen! ¡Que te bañas así! Hablas poco, muy bajito y tu cara se va quedando quieta. Mi madre te masajea el cuello como una eficiente enfermera contratada. Remota, quizás en alguna orilla de su infancia, recordando cómo olía el océano de su isla. La vida está llena de sombras, de nubes que ocultan la luz, pero el olor del mar, lo salva todo. Papá, cuántas cosas te preguntaría, antes de que no me puedas contestar…

¿Qué es lo que te hace agarrarte tanto a la vida? Increíblemente tus manos trémulas han cogido las cañas y subidos a un coche-tortuga, os habéis escapado rumbo a la playa de tu retiro. Los bólidos que te adelantan pitan hasta el paroxismo. Que piten, te comentas…Alcanzado tu risco, habitas horas sempiternas, atento siempre a la imperceptible oscilación del sedal, sumergido en los fondos marinos. – “No le digas a tu madre que me has visto aquí”. En este día gris, en el que lo insondable saluda desde una barca, yo bucearé los piélagos en busca de lo indescifrable. ¿Qué será de nosotros? ¿Nada? ¿Y que será la nada? Un día el mar lo pescó a él. Una ballena inmensa tiró de su hilo y se lo tragó. Y allí vive dentro, tiritando, como un Pinocho mentiroso. ¡La caña! ¡La caña se mueve! ¡Están picando! ¡Mira, hija! ¡Mira como tira! ¡Este sí que es grande! “Papá ten cuidado que tira muy fuerte! ¡¡Papá!… ¡Papá ten cuidado a ver si te caes!¡¡Papá espera! ¡Espera que te agarre! ¡Papá! ¡Papá!… ¡No!… Se escuchó el estallido de un colosal chapuzón. Y a continuación un silencio, perenne y salado, que me acompaña cuando te busco en cada ola de la vida.