I Premio del Concurso de Relatos 2025: ‘El inquilino’
Habitás una casa sencilla, donde estás viviendo tranquila y plácidamente, hasta que después de unos años aparece un fantasma, sin previo aviso, simplemente aparece, como por arte de magia, y esa es la etapa uno: La Aparición.
Al principio seguís tu rutina, tu vida como si él no estuviera allí, lo ignorás, se cruzan en el pasillo yendo al baño, a veces coinciden en el living, pero para vos, él no existe, esa es la etapa dos: La Negación.
La indiferencia se termina, empieza a manifestarte su presencia, busca molestarte cuando tomás un vaso de agua, te fastidia cuando te vestís. Enojado lo tratás como un ocupa, buscás un abogado que te defienda, que lo expulse de la casa, y descubrís que no existe orden judicial alguna que pueda echarlo. Desesperado acudís a espiritistas, curanderos, brujos y chamanes, alguien que realice algún gualicho, que invoque algún conjuro de expulsión. Todo es inútil, finalmente te das cuenta que aquel fantasma no es un inquilino de tiempo parcial, sino un copropietario vitalicio, y ahí llegás a la etapa tres: La Resignación.
El fantasma te enseña: aprendés a ser paciente contigo mismo, a tomarte tu tiempo para las tareas domésticas, a esperar tu turno en la puerta del baño, a tolerar ruidos molestos por las noches, a no poder dormir la siesta durante el día. En síntesis, te obliga a ser mejor persona, a empatizar con las dolencias del otro, pero sobre todo también te ayuda a celebrar, a festejar cada momento de felicidad que te acontece: cuando podés caminar casi sin sentir dolor, bailar un par de horas sin parar, el día que la vecina te saluda sonriente y te dice: “¿qué tal vecino? Hoy lo veo bien, mejor que otros días”. Sí, con esas poquitas cosas, sos feliz, somos felices.
Cada uno a su tiempo, pero en algún momento te amigás con el fantasma, aunque te haga bromas pesadas, lo perdonás. No tiene sentido enojarse con quien será tu compañero de viaje hasta el final de tus días, y así llegas a la etapa cuatro: La Convivencia
Todos queremos un relato de final feliz. Un personaje que realiza acciones heroicas y que finalmente triunfa, que a pesar de una infinidad de desafortunados obstáculos, logra recomponerse, vencer a su adversario, matar a su enemigo. Pero este, no va ser ese relato. Jamás podría serlo, cuando hablamos de una enfermedad que no tiene cura, y que poco a poco, te va discapacitando, lisa y llanamente te va matando. Sin dramatismos, pues todos estamos muriendo, incluso aquellos que hoy están sanos. Nosotros a la muerte la vamos sintiendo cada vez más en los huesos, en la piel, y en todo el cuerpo.
El dolor empieza a invadirlo todo, hasta que se vuelve tan intenso que, es difícil reconocer si el dolor habita el cuerpo, o es el cuerpo que habita el dolor.
No podemos romantizar una enfermedad incurable, ni hay que saltar de un puente cuando te la diagnostican. La vida pasa a ser distinta, es innegable; pero también es innegable que no es el fin del mundo. Ganaste una lotería en la cual no participaste, pero la ganaste. Y te preguntás: ¿Por qué a mí? Porque sí, porque así es la vida: una lotería.
Aníbal Álvarez Fontán